martes, 28 de mayo de 2019

Insomnio

Pero, callada, como siempre, me aparté el pelo de la cara, dejándolo tras mis orejas, ya heladas por el aire que se había empeñado en golpearme. “No importa”, repetí, “No importa”, pero sí. Hay cosas que no decimos esperando que parezcan evidentes, pero hay evidencias que duran muy poco. Continué caminando sin apartar la vista de mis pies. Un 41 pisando la acera firme, una ciudad que me devoraba por segundos. La inmensidad de los edificios brillando en plena noche. El mar de lejos, inconsciente y frágil. 
Él hizo ademán de abrazarme, y yo me dejé abrazar. Pensé en que seguramente él olvidaría ese momento cualquier día, cualquier madrugada; yo en cambio sentí cómo se me tatuaba en la piel. A veces se nos imprime con tinta invisible aquello que más nos marca, a veces sentimos que en cualquier momento vamos a saber de nuevo que el mar avanza solo para recogernos. A veces es difícil apostarlo todo. Entonces yo también lo sabía. Fingí que nada importaba, porque había aprendido que las chicas fuertes no podían parecer frágiles. Así construí mi armadura: apartando todo lo que me importaba de mí. Así me refugié de lo que tenía delante, restándole importancia a esos detalles que lo habían cambiado todo. Así me reconstruí, haciéndoles creer que estaban equivocados, que tenía una segunda piel.
Y lo cierto es que la tenía, pero solo esperaba no tener que volver a usarla nunca.
Supongo que hay desenlaces que podemos percibir desde el primer minuto, supongo que siempre fui más ingenua de lo que debería. Y me imaginaba que esta vez no iba a ser diferente. 
Ojalá él hubiera encontrado la llave de mis ojos cerrados, porque yo sí tenía la cerradura. 
Y ahora esta puerta sabe que quizás no se abrirá nunca

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