No se puede comparar con nada. La sensación en el pecho, que aprieta. El nudo constante en la boca del estómago. La mirada compasiva de todos (de aquellos, incluso, que no saben la historia). Es un dolor, a ratos, insoportable. Piensas incluso en si te desconectarías de tus emociones y dejarías que todo fluyese, cerca de ti, sin tocarte. Te planteas si vale la pena que el dolor te atraviese. Te atraviesa. Y lo dejas hacer. Y lo dejas matar. Y lo dejas morir.
Nunca pensé que me harías esto. Fue la primera frase que cruzó mi mente. Nunca pensé que tú me harías esto. Luego reduje un poco mi ego y lo cambié por que nunca pensé que nos harías esto. Pero sí. Ha habido momentos de discusión, claro, como en todo duo feliz, como en cualquier convivencia. Como en cualquier acuerdo de desacuerdos entre dos personas. Y el final no ha llegado por eso. No. Solo hay un vacío. La nada. De nuevo, yo, sentada frente a alguien que dice quererme. De nuevo vuelve a no ser suficiente. Y entonces renacen los traumas, las despedidas, las insatisfacciones el desconsuelo. Y lo que más duele es que nada de eso importa, porque no ha habido ningún dolor tan grande como el que estás sintiendo en ese momento. Te gustaría que se abriese la Tierra y te llevasen a otro planeta. De golpe, excusarte, salir corriendo y empezar de cero lejos de la realidad. Pero no. No es así. La vida no es eso.
Vienen los días sin comer, el desánimo. El "tienes mala cara", el "no deberías dejar de comer", los "no me lo esperaba" y el más doloroso y punzante de todos: "si se ha alejado de ti es porque no te quería". Balazo en el pecho.
Entonces resuena en mi cabeza esa cancioncita estúpida que reproduzco de vez en cuando en situaciones de cuestionable autoestima: no sé si estoy contigo porque te quiero o...
No. Noelia, no. Eso fue hace mucho tiempo. Eso no debe volver a pasar. Esa persona ya no eres tú y la persona que tienes delante ni siquiera ha pronunciado esas palabras. Sin embargo, tú siempre te sentirás insuficiente cuando alguien decida marcharse, aunque esta vez sea para poder estar bien. Miedo patológico al abandono.
Ahora toca elegir qué historia contarse a uno mismo. Es la parte más dura. ¿Me consuelo pensando que podría haber sido todo mejor si hubiese sido en otro momento? ¿Me digo a mí misma que faltaba madurez por tu parte? ¿Cargo con la responsabilidad de pensar que podría haber hecho algo por salvarte? No. Ya no soy esa. Sé que esta vez no ha sido cosa mía; tal vez eso me libere un poco de la culpa de creer que quizá todo podría haber sido diferente.
En otra vida, como dice la canción, seré tu chica. Podremos cumplir con todas las promesas y seremos tú y yo contra el mundo. Algo así.
Hay una diferencia con respecto a otras despedidas; no albergo esperanza en que vuelvas. Podría pensar que algún día, una noche de invierno, una mañana cálida de verano o una tarde curiosa de primavera, volverá esa oscura golondrina en mi balcón su nido a colgar. Pero lo cierto es que no creo que la oscura golondrina vuelva, le he dado alas para que pueda marcharse donde sentirse libre.
Solo quería un final justo, aunque no lo estemos teniendo. ¿Alguno lo habría sido? Es difícil saberlo. Leeré poemas para nosotros en un futuro, hasta que un día se me olvide cómo olías. ¿De verdad se me va a olvidar?
Recordaré tu sonrisa redonda, tus párpados cansados, tu mano rasgando, golpeando y avivando la guitarra. Te olvidaré, en pantalón corto, removiendo los espaguetis. Te olvidaré en la cama, buscando mi abrazo. Te olvidaré preguntándome si había echado la llave. Olvidaré nuestro olor del suavizante, tu manía de poner el brazo en el respaldo de mi asiento para aparcar, tu lengua asomando entre los labios mientras bajas en punto muerto. Olvidaré cómo nos reflejábamos en el espejo del ascensor, con la compra entre los pies. Olvidaré tu cara de foto, tus palabras en caló, tu manía tonta de controlar si habíamos apagado las luces. Olvidaré que me quisiste, porque si no lo hago no me olvidaré de nada. Olvidaré que me llamaste mi mujer delante de todos. Olvidaré que me prometiste ir a Venecia. Olvidaré que hacías cuentas cada día, olvidaré que te aprendiste partes de tu carta astral. Olvidaré que compartimos una vida, que nos cuadrábamos los horarios para vernos el máximo de tiempo posible. Olvidaré que no nos cansábamos de viajar. Olvidaré que nos multaron en Alemania, que casi te partes la cara por mí con dos armarios macarras en Dublín. Olvidaré el 6% trágico escocés que después nos hacía reír. Esa noche fue la única noche que me pediste que te abrazara fuerte porque tenías miedo. Y yo te abracé. Porque nunca valió mi orgullo más que tú, aunque a fin de cuentas tú no puedas decir lo mismo. Te he amado con el alma entera, me quité la coraza que he ido construyendo durante años y que otros forjaron. Te miré como no quería mirar a nadie más nunca. Te elegí porque te vi como compañero de vida.
Olvidaré que José el Ciego nos hizo prometer que siempre estaría juntito a ti. Fue en Granada, ahora lo sé.
¿Tú no te acuerdas?
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