Me encojo de hombros, y ante el infinito de esta ciudad oscura, dejo caer mi peso sobre esta silla de madera diminuta. Un balcón limitado y un cielo cortado por edificios impares. El silencio permanente de la noche, el susurro del aire esperándome. Café en mano, sueño en hombros. Se me están secando las heridas. Quizás me acobarda tenerlo tan claro, que tú no lo sepas. Puede que mis ojos esperen la señal de salida y que la meta sea dejar de temer a las caídas. ¿Pero quién no va a temerle a su destino? Si de cuatro veces que lo intento fallo cinco. Es por eso que he dejado eso de luchar a los demás, a mí se me da mal cuidar hasta de mí misma. Quizás algún día vengas aquí y no te sientes lejos, quizás un día, tras un gesto, un susurro o un pequeño mordisco me digas que vas a quedarte y te quedes.
Mientras tanto, me quedaré tras el muro, protegida del cielo, de la inmensidad del tiempo, de la ilusión, del miedo.
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