Puede que entre tanta gente, bajo tantos metros, pese a esta música hambrienta, me sienta un poco cansada. Ojeras pesan y son el columpio de los sueños que no cumplo por costumbre. No me caben más en estos sacos rotos. Puede que sea invisible y me pierda entre el barullo disonante. Puede que mi coleta alta, rubia o pelirroja (depende con qué luz la mires) te salude a lo lejos mientras se marcha. Quizás, con la mochila colgada a la espalda y mi chaqueta maxi tejana, me vaya haciendo pequeñita, hasta que unas vías me trasladan de parada en parada en apenas un pestañeo. Cuando llego a la parada que me deja a pocos metros de mi casa suspiro pensando en los escalones que aún tengo que subir. Pienso en un mensaje que espero que llegue, me guardo el móvil en el bolsillo y rezo porque la canción que está sonando dure justo lo que tarde en llegar hasta mi portería: ni un poco más, ni un poco menos. Odio dejar las canciones a medias. Cuando subo mis dieciocho escaleras, hasta meter la llave en la puerta, siento el ladrido lejano de mi pequeño peluche blanco que me espera para lamerme las heridas. Literalmente. Es un hogar si él espera tras la puerta.
La mochila pesa tanto que al dejarla mi espalda gime aliviada. Me tumbo en la cama hasta que escucho Ya tienes la cena hecha. Me recojo el pelo en un moño desordenado, me quito los pendientes y anillos y, desaliñada, me dejo caer en la silla de la cocina. Haya lo que haya, lo devoro con ganas. Estas ojeras necesitan alimentarse. Contesto preguntas metódicamente, ha ido bien el trabajo, estoy cansada, qué palo ponerme a hacer cosas de la uni. La misma lista de reproducción de siempre.
El momento en el que siento el agua tibia de la ducha en mis pies es el único instante en el que mi mente descansa. Estoy tan agotada que hasta se me olvida cantar mientras me enjabono. Me siento en el suelo y me dejo llevar por el sonido de las gotas rebotando en el cristal. Pienso en todo, pienso en nada. Pienso en cómo serían las cosas si fuéramos todos un poco valientes. Pienso en el trabajo, pienso en la gente que me rodea, me pregunto cosas, me respondo otras. Me imagino que mis dudas se resuelven, me alivia unos segundos, hasta que recuerdo que aquellas preguntas que se me dibujan en los muslos siguen sin encontrar respuestas. Me pregunto si volveré a sufrir por algo, me imagino navegando contra corrientes fuertes que me empujen, me imagino en luchas que me corresponden y en otras que abandoné.
Ha sido un día más que me persigue en esta tormenta de arena. En esta rutina periférica, en estos rodeos conscientes. Un día más en el que me pesan los monstruos y me sacuden las penas.
Un día más. Solo un día más.
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