Porque le estoy regalando caricias a un corazón medio roto que insiste en quedarse pero se niega a sentir.
Yo también me niego, y es aquí donde empieza la peor parte: A veces siento que no quiero negarme.
Un beso tentador acompañado del silencio revolucionario de nuestras vidas me atrapa, y de repente lo siento, como aire seco mojando mi aliento, lo siento como si acabara de conocerle, aunque le conozca desde siempre.
Pero al separar nuestros cuerpos siempre se aleja tres pasos y cuenta hasta cinco para volver a darle una calada a mi pecho. Es tan fuerte cuando se disfrazas de soldado valiente que ya no siente, que hasta a veces se me olvida que quizá siente como yo esto en el pecho.
Juramos no llamarlo amor,
y en cambio cada vez que le beso
le pongo su nombre a mi lamento
y los gemidos adelantan en mi pecho
el sentimiento
que viene
después.
Ojalá pudiera evitar pensarle
y ojalá supiera dónde está la línea que separa lo que deberíamos ser de lo que somos.
Es innegable. Ya no hay marcha atrás. No es cualquiera, porque cualquier hombre no tiene esa mirada azul desgastada de reproches.
Porque solo los hombres de verdad lloran y alguna vez me dejó verle las heridas.
Es verdad pura, como un sinónimo de adrenalina, que insiste a quedarse a vivir en mis venas.
Ojalá pudiera quedarse esta noche, llenar todos los vacíos que deja su ausencia, cuando se marcha y no sé adónde.
Ojalá el silencio entendiera las mareas que inundan su mente.
Mi cabeza a la deriva, anuncia naufragio. Y desde aquí miro la lluvia de su piel, luchando contra mí, contra sentir algo en en el pecho.
No lo vamos a tener tan fácil.
Nadie sale intacto de una historia
tan extrañamente
perversa
imposible
inmoral
e
irremediable.
Y nosotros no vamos a ser menos.
Así que esta calada va por él,
alma gemela,
que me vuelve a torturar esta noche
con las dudas que se siembran en mi mente cuando aparece en mi memoria
su mirada intensa desnudándome la piel con versos.
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