domingo, 4 de octubre de 2020

Lo que nunca digo (y pienso desde julio)

 120 minutos dan para 40 canciones. 


El trayecto de ida se hace más largo que el de vuelta, supongo que es porque en él aún no estás tú. Respiras profundo mientras descansas y suena alguna canción de esas tristes que mi coche ya conoce. Solo te he visto tranquilo cuando duermes, y puede ser que sea la tercera vez que te oigo respirar así. Me da paz que estés en el asiento de copiloto, sentir que te estoy llevando a algún lugar, que cuido de ti. El caballero desafiante se baja de su corcel por un segundo, relaja la mente y se deja llevar. Es casi surrealista. Incluso cuando te están salvando salvas el mundo.

"Duérmete", te digo cuando me acaricias el pelo. Ojalá no lo hayas hecho solo porque he venido hasta aquí, piensa mi más profunda inseguridad.

Supongo que me he vuelto un poco más dura con la edad y la experiencia. Supongo que mi inocencia ya no se viste de rosa y ha aprendido a hacerse un eyeliner en condiciones.

Me agradeces tres mil veces el detalle de recorrerme 150 kilómetros para ir a por ti. Yo te miro sin decirte nada, pero en mi cabeza habitan respuestas que aún no te puedo dar.

"No has dormido nada", repites.

"Es domingo", insisto, "en cuanto entres regreso a casa y me volveré a acostar". Sé que piensas que estoy loca. O que hago demasiado. Y tal vez así sea, pero ha nacido de mí. Me da la sensación de que nunca antes te han cuidado y que siempre has tenido que utilizar tus alas. Me gusta verte sin hablar, protegido, sin necesidad de ser el que guíe. Seguro. Confiado. Confías en mí. Tanto, que has cerrado tus ojos.

Puede que me maraville con lo absurdo y el amanecer que he contemplado por el retrovisor me haya devuelto la fe en los comienzos. Siento que hace ya más de dos meses nació algo nuevo entre los dos, y que con copas o sin ellas, sentí electricidad. Eso fue real. Aquella madrugada donde un gesto, el salto y el beso cambiaron el rumbo de la historia.

Tus pies de plomo se parecen a mis candados, y todas mis cerraduras desafían tus llaves más grandes y seguras.

Escépticos e incrédulos hemos contemplado la noche tantas veces sentados en el capó, cuando aún el frío era un calor tentador, que ya no nos parece tan inmensa.

Quiero confiar en ti, me repito.

Pero me da miedo fallarme. Me da miedo que me decepciones. Me da miedo querer de nuevo.

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