lunes, 19 de octubre de 2020

Hagamos historia

 El blanco de las paredes y el azul de estas puertas deberían dar tranquilidad. Eso dice la psicología de los colores. Es por eso que los hospitales tienen esa extraña profundidad que te atraviesa cuando te adentras en ellos. Esa extraña y simple calma. 


Cuando avanzo por los pasillos y miro, con timidez y velocidad, por cada puerta, contemplo la insensatez que me corroe. Insensata y joven. En algún momento yo también voy a estar allí, contemplando recelosa la juventud de la que me alejaré (si es que la vida me da la oportunidad de seguir en este planeta para entonces, dentro de unos cincuenta o sesenta años).

Me invade la sensación triste de lo efímero. Contemplarme, inmóvil, ante la vida que pasa. Porque pasa, ¿verdad?.

La mitad de estas personas darán vueltas sin parar en sus camas todas las noches, preguntándose cuándo volverán a casa. Ellos fueron también jóvenes un día, fueron como yo. Tenían sueños, virtudes, dones que explotaron o que nunca se atrevieron a enseñar al mundo. Ellos fueron también unos insensatos como yo, y disfrutaron soñando despiertos. Ellos fueron yo. También besaron y amaron, lloraron, contemplaron la ilusión de la novedad y saborearon la aspereza de una despedida. Abrazaron, vivieron guerras y posguerras, promesas políticas y una derecha que les robó la libertad. Estoy segura de que se subieron a trenes y aviones, que vieron mundo, que le dieron la vuelta al planeta. Lloraron pérdidas, se despidieron con fuerza de vidas ajenas, se educaron y maleducaron. Alguno, seguro, fue infiel a sus principios alguna vez. Se sometieron a sus propios "yo nunca", clavaron dardos a personas que amaban y juraron con adverbios como "siempre" masticando promesas que, probablemente, no pudieron cumplir.

Ellos tienen una historia y en cada cama descansan las letras que la escriben. Cuerpos desnudos, cubiertos de sábanas y vejez. Le temo al momento de ser ellos. Le temo a la vida más que a la muerte. A llegar a estar en la cima sin recordar muy bien cómo he conseguido llegar hasta allí. Me da miedo olvidar todo lo que hoy sé, o darme cuenta de que he perdido trenes que ya no sabré dónde quedan. Me da miedo pensar en si habrá alguien a mi lado cuando eso ocurra. Si tendré un hijo que me acaricie el pelo por las noches o un nieto que juegue con mis calcetines, a los pies de una cama blanca de hospital. O si tendré un compañero de vida que me mire con los ojos teñidos de paz.

Aunque todo esto es mucho suponer, porque ni siquiera sé si mañana estaré aquí.

Me gustaría estar. Sí, me gustaría. Y cuando pienso en todas las oportunidades que tengo me pregunto por qué no me despierto cada día con esta vitalidad. Por qué no llevo tatuado a fuego en el alma que no debería desperdiciar ni un solo día.

Debemos atrevernos. Besar, apretar, abrazar, morder, follar, amar, confiar. Debemos dejar de esperar, pasar a la acción. Tomar decisiones. Cagarla. Debemos cagarla mucho. Porque nuestra historia también se escribe con todos esos errores. Porque los aciertos tienen sentido solo si alguna vez nos equivocamos. Y seguro que en esta vida vamos a equivocarnos, a veces tanto, que nos preguntaremos si realmente vale la pena luchar. Pero yo sé, y estoy convencida de eso, que absolutamente todo lo que lleguemos a hacer construirá nuestra mirada.

No voy a decir que no me arrepiento de nada porque estaría mintiendo, hay muchas cosas que no volvería a hacer, muchas actitudes que no debí tener, palabras que no debí pronunciar, cosas y personas a las que jamás debí renunciar. Claro. Claro que me arrepiento. Pero no podemos cambiar el pasado, ni retroceder en el tiempo; así como tampoco tendremos jamás el poder de viajar a un espacio-tiempo que aún no existe y que el ser humano ha decidido llamar "futuro".

Hoy, sentada junto a mi abuela, envuelta en estas paredes blancas, lo he sabido: vivo tan preocupada por lo que pasó y tan obsesionada con lo que pasará, que se me ha olvidado dar las gracias por haber podido vivir hoy. El presente siempre será futuro, no existe, no es tangible; pero es lo único que tenemos. Deberíamos aprender a mirarlo como es debido: con una pizca de desconfianza y muchas ganas. Vivamos, joder, vivamos. Y sigamos arrepintiéndonos. Hagamos historia.

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